Capítulo 16.
"Volver a empezar"
Observo como mi madre repasa una y otra vez que todo esté perfecto para la mudanza, mientras que mi hermana pequeña corretea por la casa con una sonrisa. La miro fijamente y recuerdo al instante la promesa que le hice a la pequeña Susan, la niña del hospital.
- ¡Ahora vuelvo! - me despido mientras cojo algo de dinero y salgo de casa.
Oigo como mi madre me dice que no tarde en llegar y cierro la puerta.
- Espera hija, ¿a dónde vas? - pregunta mi padre mientras se asoma por la puerta.
- A cumplir una promesa - le digo con una sonrisa.
- ¿Quieres que te acerque a algún lado?
- ¿Puedes llevarme al hospital?
- Hija, ¿estás bien? - pregunta preocupado.
- Sí, tranquilo, te repito que voy a cumplir una promesa, nada más - le tranquilizo.
Abre el coche y nos montamos en él. Arranca el motor y salimos del garaje de esa casa que tantos buenos momentos me ha transmitido, y que pronto dejaré de habitar. En escasos minutos me encuentro frente al hospital.
- Te espero aquí, ¿vale? - me informa mi padre.
- Vale, no tardaré - sonrío.
Bajo del coche y camino hacia la entrada. Entro y me dirijo a información.
- Buenos días, ¿la puedo ayudar en algo? - pregunta una enfermera.
- Sí, estaba buscando la habitación de una paciente.
- Dígame, ¿cuál es su nombre?
- Susan, es una niña. La conocí cuando estuve aquí ingresada y la prometí que volvería a verla.
- Pues espere, a ver si puedo concretarle su habitación - me informa mientras teclea lentamente en el pequeño ordenador - Sí, la he encontrado. Está en la segunda planta, habitación 405.
- ¿Por qué la han cambiado de planta? ¿Ha pasado algo? - pregunto preocupada.
- Yo no sé nada más, lo siento - se despide.
Me quedo unos segundos pensativa y subo corriendo hasta la segunda planta. Camino mientras miro atenta las habitaciones. 400, 401, 402... ¡405, aquí está! susurro. "Toc, toc"
- ¿Se puede? - pregunto nerviosa.
- Adelante - contesta una mujer.
Paso a la habitación y la mujer me mira extrañada. Susan está tumbada en la cama y me mira con una enorme sonrisa.
- ¡Anne! ¡Has venido! - grita Susan.
- Sí pequeña, te lo prometí y aquí estoy - la guiño el ojo - Perdona, ¿usted es su madre? - me dirijo a la mujer.
- Sí, soy la madre de Susan. ¿Tú eres...?
Le hago una seña para que salga fuera y le explico todo.
- Ah vale. Bueno, pues lo del cambio de habitación es porque... - observo como una pequeña lágrima se deja ver entre sus pálidas mejillas - van a tener que operarla. Tiene un pequeño tumor y tienen que extirpárselo antes de que sea demasiado tarde.
La mujer se derrumba y comienza a llorar desconsoladamente. La cedo mi hombro para que se apoye en él y yo empiezo a deshacerme en lágrimas.
- Tranquila... - hago una pausa.
- Rosa, me llamo Rosa... - dice mientras se seca las lágrimas para evitar que Susan la vea.
- Tranquila Rosa, todo va a salir bien. Tu hija es un cielo, y gracias a ella sonreí cuando más lo he necesitado. Estoy segura de que no le va a pasar nada, así que tranquila. Ahora solo tienes que estar con ella, hacerla reír, disfrutar. Y cuando llegue el día de la operación, relájate. Todo saldrá bien, te lo prometo - la miro a los ojos y sonrío - Aquí tienes mi número, llámame cuando necesites desahogarte.
- Toma también el mío, por si necesitas cualquier cosa. Y gracias, miles de gracias por estos detalles. Falta gente como tú en el mundo - sonríe.
La abrazo y entro de nuevo a la habitación. Le doy un par de besos a Susan y le regalo una pulsera de las tantas que llevo, para que le de suerte en la operación. Me despido de las dos y le comento a Rosa que debo marchar hacia Madrid, pero que para cualquier cosa, ahí tiene mi número.
- Perdona, ¿cuántos años tienes? - me pregunta Rosa antes de que me marche.
- Catorce, pronto cumplo quince, ¿por? - pregunto extrañada.
- Eres demasiado madura para tu edad - contesta con admiración.
- Que una persona madure antes o después depende de como tengas que afrontar tus problemas diarios, y créeme, mi vida tiene sus complicaciones, más de las que a mí me gustaría. Pero no puedo quejarme, cada uno tiene sus cosas, así que prefiero dar lo mejor de mí a los demás y sonreír, sonreír ante todo - respondo con una sonrisa y me despido finalmente.
Camino de nuevo por el hospital y llego hasta el coche. Le hago un pequeño resumen de todo lo ocurrido a mi padre, que aún seguía con la intriga, y marchamos a casa. Diez minutos más tarde, vemos a mi madre y mis hermanos con las maletas en el jardín y con todo preparado para partir a nuestro nuevo destino. Mis padres colocan todo y yo abrocho a Melynda en su silla del coche. Ella sigue tan feliz, pero de Jordan y de mí no se puede decir lo mismo. Pasados cinco minutos, ponemos rumbo a Madrid. Es curiosa la forma en la que la vida te da cosas, y cuando mejor estás, te las quita. Yo hace unas cuantas horas lo tenía todo, no podía pedir nada más, ¿y ahora? Ahora voy hacia un lugar totalmente desconocido, sin nadie con quien pasar mis interminables días. Bueno, está mi familia, pero... nada será igual que estos últimos días. Contemplo en silencio el paisaje que se muestra tras la ventanilla del coche. Debo asumir que dejo atrás mis raíces, mis recuerdos, mi anterior vida. Pero también sé que una parte de mí seguirá anclada a mi querida Barcelona. Enciendo mi MP3 y mientras me dejo llevar por los acordes de mi canción favorita, me despido de mi tierra.
Volveré, tarde o temprano, pero volveré... susurro.
- Espera hija, ¿a dónde vas? - pregunta mi padre mientras se asoma por la puerta.
- A cumplir una promesa - le digo con una sonrisa.
- ¿Quieres que te acerque a algún lado?
- ¿Puedes llevarme al hospital?
- Hija, ¿estás bien? - pregunta preocupado.
- Sí, tranquilo, te repito que voy a cumplir una promesa, nada más - le tranquilizo.
Abre el coche y nos montamos en él. Arranca el motor y salimos del garaje de esa casa que tantos buenos momentos me ha transmitido, y que pronto dejaré de habitar. En escasos minutos me encuentro frente al hospital.
- Te espero aquí, ¿vale? - me informa mi padre.
- Vale, no tardaré - sonrío.
Bajo del coche y camino hacia la entrada. Entro y me dirijo a información.
- Buenos días, ¿la puedo ayudar en algo? - pregunta una enfermera.
- Sí, estaba buscando la habitación de una paciente.
- Dígame, ¿cuál es su nombre?
- Susan, es una niña. La conocí cuando estuve aquí ingresada y la prometí que volvería a verla.
- Pues espere, a ver si puedo concretarle su habitación - me informa mientras teclea lentamente en el pequeño ordenador - Sí, la he encontrado. Está en la segunda planta, habitación 405.
- ¿Por qué la han cambiado de planta? ¿Ha pasado algo? - pregunto preocupada.
- Yo no sé nada más, lo siento - se despide.
Me quedo unos segundos pensativa y subo corriendo hasta la segunda planta. Camino mientras miro atenta las habitaciones. 400, 401, 402... ¡405, aquí está! susurro. "Toc, toc"
- ¿Se puede? - pregunto nerviosa.
- Adelante - contesta una mujer.
Paso a la habitación y la mujer me mira extrañada. Susan está tumbada en la cama y me mira con una enorme sonrisa.
- ¡Anne! ¡Has venido! - grita Susan.
- Sí pequeña, te lo prometí y aquí estoy - la guiño el ojo - Perdona, ¿usted es su madre? - me dirijo a la mujer.
- Sí, soy la madre de Susan. ¿Tú eres...?
Le hago una seña para que salga fuera y le explico todo.
- Ah vale. Bueno, pues lo del cambio de habitación es porque... - observo como una pequeña lágrima se deja ver entre sus pálidas mejillas - van a tener que operarla. Tiene un pequeño tumor y tienen que extirpárselo antes de que sea demasiado tarde.
La mujer se derrumba y comienza a llorar desconsoladamente. La cedo mi hombro para que se apoye en él y yo empiezo a deshacerme en lágrimas.
- Tranquila... - hago una pausa.
- Rosa, me llamo Rosa... - dice mientras se seca las lágrimas para evitar que Susan la vea.
- Tranquila Rosa, todo va a salir bien. Tu hija es un cielo, y gracias a ella sonreí cuando más lo he necesitado. Estoy segura de que no le va a pasar nada, así que tranquila. Ahora solo tienes que estar con ella, hacerla reír, disfrutar. Y cuando llegue el día de la operación, relájate. Todo saldrá bien, te lo prometo - la miro a los ojos y sonrío - Aquí tienes mi número, llámame cuando necesites desahogarte.
- Toma también el mío, por si necesitas cualquier cosa. Y gracias, miles de gracias por estos detalles. Falta gente como tú en el mundo - sonríe.
La abrazo y entro de nuevo a la habitación. Le doy un par de besos a Susan y le regalo una pulsera de las tantas que llevo, para que le de suerte en la operación. Me despido de las dos y le comento a Rosa que debo marchar hacia Madrid, pero que para cualquier cosa, ahí tiene mi número.
- Perdona, ¿cuántos años tienes? - me pregunta Rosa antes de que me marche.
- Catorce, pronto cumplo quince, ¿por? - pregunto extrañada.
- Eres demasiado madura para tu edad - contesta con admiración.
- Que una persona madure antes o después depende de como tengas que afrontar tus problemas diarios, y créeme, mi vida tiene sus complicaciones, más de las que a mí me gustaría. Pero no puedo quejarme, cada uno tiene sus cosas, así que prefiero dar lo mejor de mí a los demás y sonreír, sonreír ante todo - respondo con una sonrisa y me despido finalmente.
Camino de nuevo por el hospital y llego hasta el coche. Le hago un pequeño resumen de todo lo ocurrido a mi padre, que aún seguía con la intriga, y marchamos a casa. Diez minutos más tarde, vemos a mi madre y mis hermanos con las maletas en el jardín y con todo preparado para partir a nuestro nuevo destino. Mis padres colocan todo y yo abrocho a Melynda en su silla del coche. Ella sigue tan feliz, pero de Jordan y de mí no se puede decir lo mismo. Pasados cinco minutos, ponemos rumbo a Madrid. Es curiosa la forma en la que la vida te da cosas, y cuando mejor estás, te las quita. Yo hace unas cuantas horas lo tenía todo, no podía pedir nada más, ¿y ahora? Ahora voy hacia un lugar totalmente desconocido, sin nadie con quien pasar mis interminables días. Bueno, está mi familia, pero... nada será igual que estos últimos días. Contemplo en silencio el paisaje que se muestra tras la ventanilla del coche. Debo asumir que dejo atrás mis raíces, mis recuerdos, mi anterior vida. Pero también sé que una parte de mí seguirá anclada a mi querida Barcelona. Enciendo mi MP3 y mientras me dejo llevar por los acordes de mi canción favorita, me despido de mi tierra.
Volveré, tarde o temprano, pero volveré... susurro.